Ahora bien: esa bisagra en el desarrollo cultural de nuestro continente no se logró sin sacrificios y sin una notable dosis de heroísmo cultural. Una anécdota de Gabo, bastante conocida, lo ilustra muy bien. García Márquez había terminado de escribir el manuscrito de Cien años de soledad en México, y se lo quería enviar a un editor en Buenos Aires. Concurrió al correo con todo el dinero que pudo juntar, pero allí descubrió que solo le alcanzaba para pagar el envío de la mitad. En definitiva, no tuvo más remedio que enviar solo una parte de la novela. Cuando el posible editor de la misma la leyó, le envió una carta diciéndole: «la novela es muy buena, lástima que está inconclusa». Gabo no tuvo otra alternativa que responderle: «la novela está terminada, lo que sucede es que no tenía dinero para enviarla toda junta». Al final se publicó, fue un best-seller desde el primer día y todos celebramos los millones de ejemplares vendidos en el mundo. Pero a menudo ignoramos el esfuerzo que hubo detrás de cada una de esas páginas.
Es a esa voluntad inquebrantable de unos cuantos escritores de nuestra América que hoy, al partir Gabriel García Márquez, queremos rendir homenaje.
Ruperto Long